viernes, 21 de diciembre de 2012

Querer no es amar


Siempre he creído que el amor era algo que se producía de oficio ab initio, perdón por los latinajos. Es decir, el amor nos nace del alma, el amor no nos deja indiferentes, nos transforma primero a nosotros mismos y como consecuencia también transforma toda nuestra vida, nada nos parece igual y nada vuelve a ser igual cuando amamos, dejamos de ser uno concebido a sí mismo como principio y fin, para ser parte de algo superior en número y calidad a nosotros mismos, pasamos a ser conscientes de nuestra insignificancia ante el hecho de amar, de ahí ese hálito divino reflejo del amor de Dios que subyace en cuanto amor es capaz de sentir el ser humano, amar es el rasgo de divinidad de Dios en el hombre, es ese estar hecho "a imagen y semejanza de Dios". Es este el único caso en el que el ser humano deja de ser él mismo sin alienarse. Sencillamente es parte de algo muy superior a sí mismo, que lo sublima y lo engrandece, que lo empuja a sentimientos de generosidad y a la realización de obras muy superiores a las que por sí sólo uno estaría llamado.  En síntesis: lo transciende, he ahí la naturaleza trascendente y por tanto religiosa del amor, por eso es Dios quién une al varón y a la mujer cuando el amor existe en ambos. Si tan sólo se da en uno de ellos, el amor se queda en potencia, es un amor in fieri, no in facto esse. No llega a ser un hecho, sólo una posibilidad. Por eso, lo que llamamos Amor, con mayúscula, es privilegio de unos pocos, como dice el Evangelio refiriéndose a la salvación del hombre (eso que sólo se logra amando al prójimo, o sea, por amor), "muchos son los llamados, pero pocos los elegidos".

Como en el Arte, muchos pintan, pero pocos llegan a ser grandes por su talento. De aquí la aparición de esa "tercera persona" (primera del plural), que tiene una vida propia diferenciada del yo de cada uno de los miembros de ese amor. En cierto modo somos el "objeto" del amor, para los creyentes un instrumento de Dios en la realización de su amor por los hombres. En conclusión, el amor nos zarandea con una fuerza desconocida, porque no existe otra igual pues su fuerza no proviene del hombre ni de lo creado, sino del Creador de todas las cosas. Por ello, cuando esa fuerza nos sacude y nos invade, ningún espacio de nuestra alma resulta ajeno, y necesariamente conlleva la renuncia de nuestra persona, de nuestro interés, en aras de algo superior a nosotros que nos utiliza, que nos hace darlo todo, y cuando ya no nos queda nada, paradójicamente, es cuando más tenemos, cuando nuestra vida es plena, y cuando somos completamente felices en este acto supremo de generosidad que es la entrega absoluta, y que comúnmente llamamos amar. 

Por todo esto, el amor pertenece a la más profunda dignidad del hombre, y gozar de la libertad para amar constituye un elemento imprescindible e inherente a esa dignidad de la persona, algo irrenunciable, que cuando es impedido o entorpecido degrada a quien cercena ese derecho divino y consustancial al derecho a vivir como seres humanos completos e hijos de Dios. Por esta razón el Amor, que pertenece exclusivamente al ámbito de lo espiritual, es lo más exigente que existe, pues no nos exige nada de nuestra propiedad, nos lo exige todo: nos exige a nosotros mismos, a nuestros pensamientos, nuestro tiempo, cada latido de nuestro corazón y cada soplo de aliento de nuestra vida. El Amor no negocia ni contemporiza, es subversivo en nuestras vidas, y trasgresor de nuestros límites, y es fuerte por la sencilla razón de que frente a toda dificultad, el origen de su fuerza está en Dios. En síntesis, el Amor nace desde el principio en el alma de la persona, y desde su comienzo es absoluto, o no es, porque nos va la vida en ello de forma completa. Su victoria te ensalza al Cielo, el matrimonio como camino de santidad; o nos condena al Infierno, el desamor como forma absoluta del rencor y del odio. El Amor nos salva, y el desamor nos condena, por eso el destino de todo hombre en el plan de Dios es amar, y la negativa del hombre al plan de Dios, significa la renuncia al amor.
Cuando simplemente queremos, la persona a la que elegimos para ello nos resulta algo externo a nosotros, empezamos y acabamos dentro de los límites individuales definidos por nuestra voluntad y deseo, tenemos nuestras vidas con fines propios y exclusivos de nosotros mismos, de los que damos noticia al otro sin que éste llegue nunca a hacerlos suyos, nos escucha, nos aconseja pero no los vive con nosotros, no se alegra o se apena, según el caso, nos consuela por nuestro dolor, pero no nos compadece, no padece el dolor o disfruta la alegría con nosotros, nuestros triunfos y nuestros fracasos, son un fenómeno individual, no común de los amantes, y por ende de la familia a la que su "amor" (entre comillas) sirve de base y fundamento. En este caso querer no es un hecho trascendente, y el no serlo procede directamente de su raíz: es egoísmo en estado puro. Cuando queremos, no sólo no nos damos al otro, sino que lo tomamos para nosotros y lo ponemos a nuestro servicio para la satisfacción de nuestros intereses, para calmar nuestras pasiones o para paliar nuestros miedos. Es decir, convertimos al otro en un instrumento para nuestros fines, y al instrumentalizarlo lo deshumanizamos desposeyéndolo de su dignidad de ser humano, no lo contemplamos como un ser completo con un fin propio, sino que lo "cosificamos", es una cosa más entre aquellas que son de nuestra propiedad. Por ello, el querer pertenece por definición al ámbito de lo material, podrá pertenecer a nuestra psique, podrá ser pensado, pero no puede ser sentido, podrá ser envuelto en cariño o afecto, podrá existir cierta complicidad, pero no será amor. En consecuencia, teniendo su exclusivo origen en la voluntad del ser humano, ajeno a todo soplo divino, irrespetuoso con la dignidad profunda y verdadera del ser humano, el "querer" condena al hombre a la infelicidad, porque ni el egoísta es feliz, ni lo es el objeto de su afán al ser violentado en su propia naturaleza. De esta manera el fracaso del querer está anunciado desde su primera hora, porque carece de fuerza distinta a la que sale del mero afán de posesión, cuando éste concluye o, sencillamente, la relación con el otro no le "compensa" al egoísta, la relación pseudoamorosa se rompe, era una simple cuestión de economía del placer, de satisfacción del deseo o de la necesidad, en la sociedad anticristiana de la opulencia, del consumo y del ocio. Era pura retórica, pura dialéctica confusa que mezclaba cosas de naturaleza y especie diferente. Era materialismo, sin más.

Para escuchar: El amar y el querer de José José

Letra

Casi todos sabemos querer
pero pocos sabemos amar
es que amar y querer no es igual
amar es sufrir querer es gozar

El que ama pretende servir
el que ama su vida la da
y el quiere pretende vivir
y nunca sufrir y nunca sufrir

El que ama no puede pensar
todo lo da, todo lo da
el que quiere pretender olvidar
y nunca llorar y nunca llorar

El querer pronto puede acabar
el amor no conoce el final
y es que todos sabemos querer
pero pocos sabemos amar.

El amar es el cielo y la luz
ser amado es total plenitud
es el mar que no tiene final
es la gloria y la paz
es la gloria y la paz.

El querer es la carne y la flor
es buscar el obscuro rincon
es morder, arañar y besar
es deseo fugaz ,es deseo fugaz.

José Rómulo Sosa Ortiz mejor conocido como José José (Azcapotzalco, Ciudad de México, 17 de febrero de 1948) es un cantante mexicano. Es referido en el mundo del espectáculo como El príncipe de la canción. José José es considerado uno de los cantantes más talentosos de la música popular latinoamericana, reconocido por su privilegiada voz. En cincuenta años de carrera musical, su interpretación y su estilo han influido sobre numerosos artistas del ámbito mundial. Nacido en una familia de talentosos músicos, José José comenzó su carrera tocando la guitarra y cantando en serenatas durante la adolescencia. Más tarde, se unió a un trío de jazz y bossa nova en el que cantaba y tocaba el bajo y contrabajo. José José ha vendido más de 90 millones de discos lo que lo convierte en uno de los cantantes latinos más exitosos de la historia.». Recibió varias nominaciones al Grammy y numerosos reconocimientos a nivel mundial. Ha llenado varias veces los recintos más importantes del mundo del espectáculo, tales como el Madison Square Garden, Radio City Music Hall, Las Dunas, el Auditorio Nacional, entre otros. Su música ha llegado a países no hispanoparlantes como Japón, Israel, Egipto y Rusia. También ha forjado una carrera como actor, pues protagonizó películas como Gavilán o Paloma y Perdóname todo.

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