domingo, 30 de diciembre de 2012

Quizás

 

Quizás la vida sólo sea una sucesión de días grises que pasan sin dejar rastro en la memoria camino del olvido.
 
Quizás, todo el dolor acumulado en cada una de las arrugas de nuestro rostro, nos está gritando desde su silencio que la vida no vale la pena.
 
Quizás, tanto afán, tanto empecinamiento febril, tanta agitación, no sea más que otra locura del ser humano, otra ironía cargada de sufrimiento y crueldad.
 
Quizás, lo único sensato -si verdaderamente hubo alguna vez algo sensato en este mundo-, sea enclaustrarnos entre los muros de la soledad, declararnos en santa rebeldía ante los hombres y sus falsos ídolos, ante los nuevos dogmas y sus oficiantes. Eso, si antes nos ha faltado la fortaleza y valor para renegar de la vida, y escapar de la premoriencia espiritual impuesta al hombre de hoy.
 
Quizás, tan sólo nos reste encontrar a Dios en la inmensidad del dolor. Sufrir la brutalidad de la experiencia. Tener, hallar, descubrir una razón para seguir cumpliendo años cuando ya ha muerto la juventud.
 
Quizás vivimos persiguiendo una sombra, acariciando un sueño que siempre está al otro lado de la calle, en la próxima cita con la persona recientemente conocida, en el nuevo empleo, tras aprobar el inminente examen, durante el siguiente viaje. Siempre es el mismo sueño, fugaz y huidizo el que nos empecinamos en atrapar ignorantes de su hechizo. Párvulos de la triste verdad que supone alcanzarlo, pues es el deseo el que nos hace felices, es soñar la felicidad lo que infunde ilusión en la vida. Cuando el sueño se alcanza y se desmenuza ante nuestros ojos, la vida se quiebra como una cerámica insustituible. Al igual que un cántaro que se rompiese y perdiera su agua quedándose vacío, nuestro corazón queda huero, nuestra vida pierde el encanto que le prestaba la dulce melodía de la fantasía. A fin de cuentas su sentido.
 
Quizás, lo que descubrimos es el engaño en que estamos envueltos, y tenemos que volver atrás para mirarnos las manos y ver qué hallamos en ellas. Entonces comprendemos que es el dolor del deseo insatisfecho, el sufrimiento en definitiva el cimiento de nuestra felicidad. Que sólo aquel que sufre, ama y desea intensamente, es capaz de acercarse a la verdadera vida, a esa vida en que la emoción de un día pudo justificar toda nuestra existencia. Pero... ¿y si tan sólo encontramos en el alma un páramo yermo?.

Para escuchar: Nocturno cis-Mol op. 58.

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