viernes, 8 de enero de 2016

Amores modernos

En una entrada anterior titulada El sentido de la vida, hablaba de cómo la moderna mentalidad del Liberalismo y de su consecuente urbanismo nos había afectado. Pero los cambios no se han detenido en los que decía entonces, ahora vivimos un nuevo cambio de paradigma: la Era tecnológica, un tiempo en el que la revolución de las comunicaciones ha cambiado radicalmente nuestra forma de vivir en todos los ámbitos. Uno de sus efectos, no el único ni principal, es haber hecho de la vida algo contingente, sumando el volumen de información a la masa de personas que pueden acceder a la misma. Es cierto que dicha situación tiene muchas ventajas, si se tiene suficiente conocimiento de las cosas como para saberla utilizar, pero también grandes inconvenientes, pues el resultado de la misma es una total falta de capacidad crítica y una nivelación por abajo de cuanto nos rodea, degradando la vida humana a lo más material, prosaico o carente de gusto. Así ocurre con la selección de un servicio o producto basado exclusivamente en su precio o notoriedad prescindiendo de su calidad, y lo digo por la parte que me toca como abogado, en el que la capacidad, la inteligencia, la preparación y cualificación, la intuición, la experiencia el trabajo y el esfuerzo se reducen a una sola palabra: “¿cuánto?"
 
El nuevo zeigeist que dirían los románticos, o espíritu de la época, ha conformado una mentalidad permanentemente comparativa y consumista, que finalmente se ha terminado instalando en todos los órdenes de la vida, sin que haya podido escapar a ello la valoración de las personas. Sólo así se entiende que una diputada analfabeta que lleva en el Congreso tres legislaturas a cinco mil euros al mes, pudiera decir en la Comisión de Pensiones que: “cuando una cambia de marido es para mejorar y tener uno en mejores condiciones”. Llevada esta mentalidad consumista al extremo, y cada vez ello es más frecuente gracias a internet, las personas establecen una eterna comparativa en la que aparece la eterna perspectiva de “mejorar” la pareja. Pero no haciendo que la misma gane en calidad por medio de la complicidad, la compenetración o la unión de dos seres, sino por sustitución. Es decir, cambias a la actual por otra más joven, es más barato que esperar que se opere y con más garantías de satisfacción, ves el “producto finalizado” antes de su “adquisición”. Y también puedes eludir el efecto del paso del tiempo a través de su “renovación periódica”, cada dos o tres semanas, meses o años, según las necesidades del “consumidor”, se puede cambiar de pareja, lo que tiene además el incentivo de la novedad y del “estreno”.
De ahí que ya sea de uso corriente hablar de “mi pareja actual”, porque obviamente ha habido una anterior y se asume desde el primer momento que habrá otra posterior. O si no nos satisfacen las opciones anteriores, también podemos ir a la “segmentación del producto” conforme a nuestra demanda, podemos ir sustituyendo abdomen, pecho, glúteos, etc. conforme el uso vaya deteriorando el producto o el transcurso del tiempo lo haga pasar de moda dejándolo obsoleto, o incluso podemos optar por un “reestreno total” un "seminuevo", no olvidemos que se puede reconstruir el himen con una simple cirugía ambulatoria, lo que ofrece la gran ventaja de “ofrecer la virginidad al hombre amado por primera vez”, como si no hubiera habido tres docenas de usuarios predecesores. Y todo ello debidamente bien tatuados, como corresponde al espíritu bovino de la época, y con nuestros piercings y aros bien taladrados por todo el cuerpo, como corresponde a los seres elementales que volvemos a ser. En conclusión, que ya no somos personas, somos productos sometidos al permanente eslogan de la publicidad de hace años: “Busque, compare y si encuentra algo mejor: ¡cómprelo!" Y si somos productos, ¿por qué no podemos se consumidos simultáneamente por varios consumidores o consumidoras?, reiteración hecha como concesión a un estúpido feminismo destructor del idioma, pues sí podemos, y así aparecen "nuevas formas de amarse" como es el caso del poliamor.
 
Andrej Pejic, el modelo andrógino
Evidentemente, esta nueva situación nos lleva a la total deshumanización, no podemos mostrarnos débiles ni vulnerables, no descubrir a los demás la realidad cotidiana de una persona corriente sujeta a mil dificultades, cuando no problemas. Tenemos que ser eternamente jóvenes, bellos, buenos deportistas con cuerpos no sólo deseables, sino esculturales, inmejorables amantes, magníficos progenitores, encomiables amigos, solícitos hijos, buenos y cotizados profesionales, almas cultas eternamente viajeras llenas de un renovado espíritu aventurero, gentes de mundo vestidas con estilo y a la moda sin estridencias, capaces de ser glamourosos en cualquier circunstancia, dotados de un saber estar que nos distinga en todas las situaciones, capaces de tener empatía resaltando nuestro lado femenino en ellos o masculino en ellas, y relacionándonos simultáneamente con distintas personas amando a todas al tiempo, para eso somos "modernos", y todo ello conforme a lo establecido como políticamente correcto y chic por una panda estúpida de insolventes morales e intelectuales, que eligieron vivir con el alma mutilada. Pues, ¿saben lo que les digo?: ¡Qué no me da la gana! Y que seguiré siendo, sencillamente, un amante a la antigua.
 
Para escuchar: Amante a la antigua de Roberto Carlos.

Letra

Yo soy de esos amantes a la antigua,
que suelen todavia mandar flores,
de aquellos que en el pecho aún abrigan,
recuerdos de románticos amores.

Yo soy aquel amante apasionado,
que aún usa fantasia en sus romances.
 Me gusta contemplar la madrugada,
soñando entre los brazos de su amada.
 Yo simplemente, soy de esa clase,
que ya no es muy común en nuestros días,
las cartas de amor, el beso en la mano,
muchas manchas de carmín
entre las sombras del jardin.

Voy vestido igual que cualquiera,
y vivo con la vida de hoy.
 Pero es cierto que con frecuencia,
sufro por amor y a veces lloro por la ausencia.
 Porque soy de esos amantes a la antigua,
que suelen todavia mandar flores,
aunque yo sigo en este mundo,
con sus modas y modismos,
el amor es para mi siempre lo mismo,
el amor es para mi siempre lo mismo,
siempre lo mismo,
siempre lo mismo.

Roberto Carlos Braga (Cachoeiro de Itapemirim, 19 de abril de 1941), conocido como Roberto Carlos, es un cantante y compositor brasileño, uno de los principales representantes de la MPB, y uno de los artistas latinos que más discos ha vendido en todo el mundo, más de 120 millones de copias. Es uno de los iconos más populares y reconocidos de la música brasileña en el mundo; de gran renombre en Brasil y en el resto de América. Sus éxitos y discos publicados y su actividad artística no caben en un simple comentario, pues es inconmensurable. Es considerado uno de los más grandes cantautores de la historia en colaboración con sus amigos Manuel Morais y Erasmo Carlos. Cada disco suyo contaba con más de un éxito, y según registros, es el artista iberoamericano que más ha sonado en la historia de la radio en el continente. Todo esto sin contar la cantidad de éxitos conseguidos en Brasil que no entraron al mercado hispano por no ser traducidos al español, que suman más de 250. Además ha intervenido en nueve películas. Roberto Carlos es un hito mundial en la historia de la música popular del S. XX y XXI.

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